miércoles, 5 de enero de 2011

Editorial

Debo confesarlo. Ayer volví a drogarme. Salí del trabajo con ganas de tomar un par de cañas y la cosa se animó. 
Mi camarero de guardia me pasó a escondidas lo que todos imagináis. Cerré el puño para que nadie lo viera y cuando el baño estaba vació fui directo a buscar unos minutos de soledad. Cerré la puerta, respiré de manera profunda y rebusqué en los bolsillos. Saqué la droga y ... el resto ya lo sabéis. Eché tres caladas rápidas y salí para recuperar mi cervecita y devolver el mechero a mi camarero. No sé si soy un judío rodeado de nazis, pero un delincuente sí que parezco.

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